Blog

  • Home
A2-129305099.jpg

Argentina gana su tercer Mundial tras imponerse a Francia en la tanda de penaltis. Treinta y seis años después, la albiceleste vuelve al Olimpo del fútbol con un Leo Messi estratosférico que, de este modo, gana el único título que se le resistía. Una final de infarto en Lusail con un guion sin nada que envidiar a la última producción de Netflix, y que puso a prueba los marcapasos de franceses, argentinos y de todos los amantes de este maravilloso deporte.

Los dos goles de Argentina llegaron como un suspiro, merced a un Messi que no perdona y a un Di María que no falla. El camino hacia el tercero se prolongó tanto como la tercera estrella. Francia no tiraba ni una sola vez a puerta en una final que era un monólogo de Messi y compañía. Ya los argentinos rozaban la Copa del Mundo con la yema de los dedos cuando Mbappé, doblete mediante, puso de nuevo las tablas en el marcador. Pero el fútbol es un deporte de momentos y el 3-2 de Messi permitió a los argentinos volver a soñar; no duró mucho la alegría, pues Mbappé firmó el tercero y el partido se fue a los once metros, donde la atajada del Dibu Martínez llevó la Copa para Argentina.

Tal vez dentro de muchos años, cuando alguien busque en Wikipedia la definición de fútbol, aparezca un clip de la final del Mundial de Qatar 2022. Un partido que tuvo de todo: cracks, buen juego y una emoción que se dilató hasta el último penalti. Messi contra Mbappé: el pasado frente al futuro, el crack de la última década versus el crack de los años venideros, el relevo de oro. Y quién sabe si el último gran jugador de una manera de hacer fútbol.

La antesala de la final entre Argentina y Francia iba de récords: o se rompía la maldición del campeón del mundo o la de la Copa América. Era la última gran oportunidad de Leo Messi ante una Francia dispuesta a repetir título, una gesta sólo a la altura de la Brasil de Pelé, hace sesenta años. Pero nada de eso importa cuando el balón echa a rodar. Toda una nación se encomendaba a D10S. Al frente, los tambores del Aux armes, citoyens eran el último escollo antes de llevar a las vitrinas de la AFA el gran título. Por todos, por el Diego.

Cuando Diego Armando Maradona levantó la Copa del Mundo en el Azteca de México, faltaba un año para que Messi naciera. Dos después de la muerte del Pelusa, estaba más vivo que nunca. No sólo en las pancartas y camisetas, sino en el espíritu que envolvía a la selección argentina. Muchas han sido las decepciones desde 1986 y el orgullo de Argentina se contenía como una olla a presión. Las grandes aumentaban las estrellas en la solapa y nuevas selecciones ponían su nombre en la Historia, pero la albiceleste se mantenía anclada en el tiempo. Era la cita ideal para romper los fantasmas del pasado. Y de paso, cerrar el círculo virtuoso que Kempes inició, Maradona elevó a los cielos y Messi transformó en dibujos animados. El fútbol se lo debía.

La derrota inaugural ante Arabia Saudí sólo vino a demostrar que lo importante en este deporte no es cómo se empieza, sino cómo se termina. También, que a Argentina eso de ir contra las cuerdas le hace bien. Tanto fue así que los jugadores de Francia parecían bolos cayendo ante las acometidas de Messi, Julián Álvarez y Di María. Deschamps puso el freno de mano y les Bleus sufrían sin balón. Dembelé, Mbappé y Griezmann no desequilibraban, naufragando ante una Argentina que supo canalizar la presión. La Pulga quitó el pie del acelerador y recibía a placer desde segunda línea, posición en la que se ha reinventado en el París Saint-Germain, en una faceta más temible aún.

Pero Kylian Mbappé demostró que atesora un talento sin parangón. En sus botas se fraguó la transición hacia el empate, ejecutada tan rápido como Argentina intentaba recuperar la batuta del partido desde la medular. Fue un visto y no visto, noventa y cinco segundos para ser exactos. Dos a dos y vuelta a empezar. Francia llegaba como un relámpago y cada internada gala era como un puñal para una Argentina muy mermada tras el desgaste físico de la segunda parte. La entrada de Coman por Griezmann fue un auténtico vendaval para la albiceleste, que buscaba la prórroga para reponer fuerzas.

Messi batió a Lloris y firmó el tercero, pero la reacción de Francia no se hizo esperar. El disparo de Mbappé chocó contra la mano de Montiel, y el francés anotó el empate, el triplete en su cuenta particular. Fueron unos minutos en los que Argentina estaba contra las cuerdas, el partido roto y Macron, en la grada, estallando en júbilo. La tuvo Lautaro y también Kolo Muani, pero el partido parecía destinado a decidirse desde el punto fatídico. Y así fue: Messi y Mbappé abrieron la lata y no fallaron. Ahí estuvo el Dibu Martínez, que atajó el disparo de Coman e hizo fallar a Tchouameni. El último en tirar fue Montiel, quien de un pase a la red hizo a Argentina campeona del mundo.

Mbappé tuvo que conformarse con la Bota de Oro del Campeonato y con el hat-trick más amargo de una final de Mundial que se recuerde. Aunar la potencia de Ronaldo, la elegancia de Henry y la magia de Pelé, es una virtud sólo a la altura de unos pocos elegidos. Por su parte, los trece goles de Messi lo sitúan como cuarto goleador histórico en la historia de los Mundiales, empatado con Just Fontaine, mientras que Mbappé iguala a Pelé en el quinto puesto. Y con sólo veintitrés años.

Argentina y Francia han protagonizado una final increíble, reflejo de que el fútbol no entiende de edades, clases ni razas. Quizá por ello, sea el deporte más universal del mundo. Argentina cantó, gritó y lloró el título. Merecidísimo. La albiceleste puso toda la carne en el asador, con pasión, capacidad y fe. Tuvo que ganar tres veces la final, y lo hizo. El fútbol le tenía reservada la mejor final de todos los tiempos, en una cita con la Historia que se hizo de rogar, pero que salió a pedir de boca. Si los títulos más reñidos son los que más se disfrutan, Argentina tiene tiempo para saborearlo, aunque ojalá el siguiente Mundial no tarde tanto, se les echaba de menos.