El otro día vi un capítulo de Walker Texas Ranger que no se podría emitir hoy. Y no era por promover la masculinidad tóxica, valores patrióticos o el conservadurismo al más puro estilo made in Texas; eso daría para otro artículo. El motivo es una cuestión mucho más simple, aunque sutil, que me hizo sentir una punzada de pena, pues disfruté de una forma de hacer cine y televisión que cada vez se hace menos. No quiero apelar a la nostalgia: aquello de Cualquier tiempo pasado fue mejor es una falacia tan cierta como la que Lo mejor está por llegar; sino que me refiero al esfuerzo de guionistas y directores por contar una historia. Digan ustedes si buena o mala, pero una historia al fin y al cabo.
Para quien no lo sepa, Walker Texas Ranger fue una serie mítica de los noventa que emitió la cadena estadounidense CBS entre 1993 y 2001. En España, los que éramos niños entonces la disfrutábamos en la sobremesa de los fines de semana. El capítulo piloto lo emitió Antena 3 en prime time y luego pasó a Telecinco —cosas de aquella época—. Eran capítulos autoconclusivos, con un guion simple que normalmente usaba la trama como vehículo para que Chuck Norris, patada giratoria mediante, detuviera a villanos y bandidos que sembraban el terror en Texas. Todo muy en sintonía al modelo de consumo familiar e ingenuo de la televisión en los noventa. La serie contaba la historia de Cordell Walker, un ranger de Texas interpretado por una gloria de las artes marciales y estrella de Cannon Films en los ochenta: Chuck Norris. A él le acompañaban el también ranger James Trivette —a quien le dio vida el inolvidable Clarence Gilyard—, la ayudante del fiscal del distrito, Alex Cahill, con quien mantenía una relación muy especial, y el ranger retirado C. D. Parker, mentor y compañero de cervezas y ribs en el bar que regentaba.
El capítulo en cuestión es el decimoséptimo de la quinta temporada y se llama El ranger número 99. Hablaré con spoilers a partir de aquí para explicar la trama con profundidad. Tras la muerte de un ranger de Texas en servicio, dos candidatos competirán para ocupar la plaza de éste, la única disponible en todo el cuerpo. El primero es un policía local de un condado cercano a Dallas que tendrá a Trivette como supervisor y la segunda es una agente de policía de Brookdale que, desde el primer momento, no hizo buenas migas con Walker.
El desencuentro entre ambos proviene del comienzo del episodio: Walker ve cómo alguien noquea a varios enemigos a base de puñetazos y llaves de kárate. Cuando va a ver quién ha sido, se sorprende al ver que se trata de una mujer de poca estatura y se le escapa un ¡Vaya! Visiblemente ofendida, la agente de policía le increpa con un: ¿Se sorprende que sea una mujer? Seguro que sí, antes de marcharse con un semblante que no invitaba a respuestas.
Poco después, Walker y la agente Roberta Hunt empezarán a trabajar juntos en misiones para proteger y servir a los ciudadanos de Texas. De él dependerá el informe favorable para que Hunt ocupe la plaza; lo cual no parece difícil, porque en poco tiempo Walker estará ante una policía disciplinada, con una excelente puntería y gran destreza en las artes marciales. Detalles que palidecerán ante el hecho de que le salvará la vida en un tiroteo. Sin embargo, la actitud desafiante y desconfiada de Hunt ante los hombres sembrará dudas en Walker.
El ranger le contará lo sucedido a sus amigos. Ante los chascarrillos sexistas del veterano C. D. Parker, Walker argüirá que el puesto será para el mejor. Y que si finalmente Hunt no fuera la seleccionada, será por sus méritos, no por el hecho de ser mujer. A medida que el capítulo avanza, Walker y Hunt irán cogiendo confianza, hasta el punto de instruirla en maniobras de defensa personal que luego le serán de gran ayuda. De hecho, un día de vuelta a casa ella le contará algunos aspectos de su vida personal: es madre soltera, su padre era alcohólico y su exmarido la maltrataba.
Roberta Hunt se sentía enfurecida, fue víctima de discriminación sexista por parte de otros hombres policía, a los que responsabilizaba por no haber ascendido más escalafones dentro del cuerpo. Todas aquellas vivencias le hacían tener un sentimiento de rencor hacia los hombres y una visión patológica de ellos. Poco a poco, se dará cuenta de su error. El propio Walker le hace ver que no todos los hombres son iguales, que no debe cargar en ellos sus propias frustraciones y que sus traumas no explican la realidad compleja de las cosas. Ser valiente significa luchar por lo que crees justo, con independencia de las trabas en el camino.
Al final, la agente Hunt se enfrenta a sus fantasmas y pone en práctica las llaves de kárate que Walker le enseñó frente a su exmarido cuando éste secuestra a su propia hija. Tanto es así que en la pelea final, el tipo le dice a modo de farol que ha matado a la niña, y ella le asesta una puñalada mortal en el corazón. El capítulo termina, como siempre, con final feliz. En el bar de C. D. todos están de fiesta celebrando la detención de los malos, pero con una buena nueva: hay un nuevo ranger en Texas. O mejor dicho, una nueva ranger: Roberta Hunt.
Y por eso este capítulo es tan bueno. Por un detalle que lo hace distinto de las ficciones actuales: la serie presenta la actitud de Hunt como errónea desde el principio y, con el paso del tiempo, ella se da cuenta de la absurdez de generalizar la culpa entre los hombres. En base a ese aprendizaje, reflexiona, supera los obstáculos y consigue su objetivo. El espectador empatiza con ella: es una chica vulnerable, con problemas propios de una persona normal. No hay empoderamientos forzados, que sólo consisten en descargar en un cuerpo femenino un arquetipo masculino y aderezarlo con un semblante antipático. La historia se centra en ella y sabe situarnos en la brújula moral: claramente Hunt es la víctima y su exmarido el victimario. El capítulo no apela al espectador, ni lo culpa de las desdichas de todas las mujeres, ni lo hace sentir cómplice de las adversidades de la ranger. Hay un hombre malo, no los hombres son los malos.
Pero no sólo Roberta Hunt es el único personaje que evoluciona. El propio C. D. Parker le pide disculpas al final del episodio por no haber confiado en sus aptitudes y le dice que siempre será bienvenida en su bar. El veterano ranger deja atrás sus prejuicios sexistas y cambia hacia una mentalidad más acorde a la del siglo XXI, ésa que bajo algunas ópticas actuales se considera machista. Si en vez de estar ante un capítulo emitido en 1997, esta historia la abordara una plataforma de streaming, es bien sabido que el arco del personaje hubiera sido bien distinto. A riesgo de jugármela, diré que no hubiera habido tal redención: la obra hubiera presentado la actitud misándrica inicial de Hunt como correcta y no habría evolucionado hasta ser consciente de su error. Serían los hombres quienes entonarían el mea culpa al unísono, pedirían perdón hasta por haberle cedido el asiento a una mujer en el autobús y, por supuesto, Chuck Norris dejaría de perseguir a violadores y narcotraficantes para apuntarse a un taller donde deconstruiría la masculinidad más tupida que ha dado Hollywood. Claro que Chuck Norris es demasiado blanco y republicano para ser el protagonista, e igual el reparto sufriría ligeras variaciones en cuanto a melanina se refiere.
Gustos aparte, el capítulo deja un buen sabor de boca porque al final se hace justicia. La agente Hunt consigue la plaza de ranger frente al otro policía local, y lo hace por sus propios méritos. No se apoya en la mal llamada discriminación positiva, porque a ninguna mujer le hace falta; ni pone cara de estreñida para abrazar esa masculinidad que tanto desprecian. Y en definitiva, el capítulo funciona: ganan los buenos, pierden los malos. Así de simple. Es la fórmula más universal de las historias que llevan siglos fascinándonos, y lo han hecho sin insuflarlas de ideologías que sólo polarizan al público.