Hubo muchas fechas que cambiaron la historia de España. Si el 19 de marzo de 1812 el constitucionalismo daba el pistoletazo de salida y el 18 de julio de 1936 se materializaban los odios, los historiadores del futuro estudiarán el 11 de marzo de 2004 como el día en que España perdió la inocencia.
Los aniversarios redondos son ya lugares comunes, de reflexión para algunos y de titulares suculentos para otros. Hace veinte años, Madrid amanecía entre tinieblas. La infame masacre perpetrada en pleno corazón de la capital segó la vida de 193 personas, dejó por el camino más de dos mil heridos y, también, nos rompió el corazón a todos.
Hay una España antes y otra después del 11M. Y no es un después mejor. Con los atentados, murió la vieja política y nació la trinchera moderna. Los bandos lavaban convenientemente sus responsabilidades conforme quedaban menos horas para las elecciones, las certezas se derrumbaban y los lemas le ganaban la batalla a la razón: del «Y tú más» al «¡Pásalo!», del primer viral de la historia al advenimiento de la cultura del escrache.
El 11M fue un atentado posmoderno, donde las élites y aspirantes a élites antepusieron determinados victimarios imaginarios a las víctimas reales, lo que contrastó con la solidaridad de los madrileños, ya fueran taxistas, policías, sanitarios o simples donantes de sangre, en una prueba más de la desconexión de la clase política con el ciudadano de a pie.
A diferencia del 11S en Nueva York y del 7J en Londres, en España este tenebroso atentado se aderezó con la siempre habitual dosis de maniqueísmo patrio y del cainismo más montaraz. A ello también contribuyó la inexistencia de un consenso concluyente sobre los responsables, al menos a nivel popular, mientras las versiones oficiales, las extraoficiales, las pruebas irrefutables y las teorías de la conspiración se amontonaban junto a los cadáveres.
Tras el peor atentado jamás instigado en España, en una sociedad dividida que aún lloraba a las víctimas, acaeció la jornada de reflexión más atípica que se recuerda y el resultado electoral menos esperado. La Historia es lo que tiene, que se lee de izquierda a derecha; de ahí que entonces fuera difícil verlo, pero tras aquellas explosiones, en aquellos ya lejanos días de marzo de 2004 se fraguó el fin del pacto de la Transición y la llegada del revanchismo tardío.
Y de aquellos polvos, estos lodos. Dos décadas después, el tiempo, como siempre, nos ha dado cierta perspectiva, ha moldeado los recuerdos, esquivado verdades incómodas y rellenado los vacíos de información. Un vacío como el que dejaron las víctimas, cuyas vidas la tragedia truncó para siempre rumbo a un destino al que nunca llegaron.
En cuanto a mí, siempre recordaré el 11 de marzo de 2004 como el día en que dejé atrás la infancia. A punto de cumplir doce años y ante unos informativos que se abalanzaban sobre mí como una película de terror, aprendí entonces que el mundo no era el lugar confortable y seguro en el que siempre creí vivir; y que, más allá de este patio colorido donde jugamos, nos acechan peligros que se pueden cernir sobre nosotros cuando la partida no ha hecho más que comenzar.