España ha cambiado. Y no sólo porque ilusione como en los tiempos de aquella selección alumbrada por Luis Aragonés y sublimada por Vicente del Bosque, que también, sino por la alegría aderezada en el gran juego desplegado en toda la fase de grupos y en octavos. El mejor de toda la Eurocopa, tal vez, la que ha generado las mejores sensaciones e incluso la certeza de que la cuarta no es sólo una utopía.
La joven veteranía de Nico Williams y Lamine Yamal contagia a la selección el hambre que España necesita para reverdecer viejos laureles. Por el camino, Italia y Croacia, vigente campeona de Europa y tercera del mundo respectivamente, nos han llevado en volandas a una final adelantada en cuartos de final frente a Alemania. España nunca le ganó a una anfitriona en Mundial o Eurocopa. Eso y la contundencia de la Mannschaft, el orgullo, las cuatro estrellas en el pecho, la tranquilidad inherente a haber comenzado el torneo sabiéndose favorita y la condición de anfitriona sitúan a la Roja frente a su primera prueba de fuego. Alemania sufrió con Suiza y la lluvia en el partido de Dinamarca le dio tiempo para pensar y despejar las dudas que su juego de más a menos ha sembrado entre los teutones. Esa es la principal baza con la que cuentan los hombres de Luis de la Fuente para firmar el pase a semifinales. Los alemanes tienen motivos para tener miedo y nosotros los mismos para respetarlos. Si España se clasifica, levantar la preciada ánfora al cielo de Berlín el próximo 14 de julio pasaría de ser una quimera a un paseo militar.
El tiquitaca era la consecuencia lógica de contar con Xavi, Iniesta y Busquets en el equipo; ocurría en el Barça y en la selección. Con Nico Williams y Lamine Yamal, la magia se ha trasladado a las bandas. Escoltados por Fabián Ruiz, el jugador más importante de la Eurocopa, y por ese delantero disfrazado de lateral con peluca, Cucurella, el nombre de España vuelve a sonar entre las candidatas a tocar la gloria. Esa seguridad y aplomo se nota en el desparpajo que muestra Williams cuando para el balón frente a un defensa, relaja los hombros y deja volar la imaginación. En esos segundos, el tiempo se para y España se permite soñar. Parecía que los extremos eran cosa del pasado, pero, al igual que las modas, todo vuelve y lo hace con un efecto arrollador. España ha sabido reinventar la fórmula ganadora del período mágico 2008-2010-2012, por si nos habían cogido la medida, limar las asperezas del juego de posesión, ganar en verticalidad ―quizás el principal talón de Aquiles del tiquitaca― y llevarlo a una dimensión inexplorada que igual o más felices nos puede hacer.
El viernes nos espera el partido decisivo, el que todos hemos esperado tanto tiempo y nadie sabe lo que ocurrirá. Lo único seguro es que el papel de España ha sido, hasta el momento, más que digno. Mirar de tú a tú a Alemania y creérnoslo bien vale una misa. Las dos selecciones con más Eurocopas en su haber lucharán por hacerse en solitario con el trono de reyes de Europa. La ilusión se palpa en el ambiente, y es ahí cuando se logran las grandes gestas.