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Coñazo es un sustantivo del género masculino que hace referencia a persona, cosa o actividad que resulta pesada o molesta. Esta acepción, machista para la intelectualidad más consagrada, corona la antología de disparates que sufrimos desde las instituciones, medios de comunicación, opinólogos, gobernantes, élites y aspirantes a todo eso. La última de ellas, para satisfacción de una clase política ávida en crear problemas donde no los hay, es el llamado lenguaje inclusivo.

El lenguaje modula la forma que tenemos de ver la realidad. Nuestro mundo empieza y acaba con las palabras que somos capaces de expresar. Más allá de eso no existe nada más. Para ayudarnos en dicho cometido, debe ser una herramienta lo más diáfana y práctica posible. Hablar menos es decir más. Y para quienes nos dedicamos a llenar hojas en blanco, las palabras son la materia prima de nuestro trabajo. De ahí que tenga que observar con estupor cómo el lenguaje, por motivos extralingüísticos, sea salpicado continuamente de fórmulas emperifolladas, desdoblamientos ortopédicos y elementos incorrectos.

Algo que, como escritor y lector, me provoca arcadas. Mi primer contacto con el lenguaje inclusivo fue en la universidad. Era yo joven y lozano cuando me sorprendí al ver a una profesora espetar un “Los alumnos y las alumnas…”. Desde el segundo uno me pareció ridículo. Lo consulté en la página de la RAE y era bastante clara al respecto: Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. Y añade: Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.

No es que la RAE sea poseedora de una verdad absoluta, como muchos creen; sólo se encarga de recoger las palabras y la forma correcta de hablar. La RAE es el notario de las palabras, no el juez. Recopila la lengua y registra el habla, sin entrar en valoraciones. El lenguaje, como tal, no es estático ni inmutable. Evoluciona como lo ha hecho a lo largo de los siglos y lo seguirá haciendo, pero no porque a los analfabetos irredentos que nos gobiernan les salga de los cojones —o de los ovarios, no se vaya a ofender nadie— sino de forma natural. No hablamos igual que hace cuatrocientos años, ni igual que dentro de cien. Parece que para muchos el lenguaje es más un arma ideológica que un instrumento de comunicación. Y uno empieza a sentir cierta preocupación.

A que el lenguaje se convierta en un armatoste intrincado para enfrentarnos y reivindicar gilipolleces en vez del bien más preciado que atesoramos. Todo en lid de una corrección política alejada de una comunicación poderosa y eficaz. Sólo hay algo más peligroso que un tonto y es un tonto con poder: subnormales de teclado fácil que hacen de dos tweets sus consignas y con una profundidad intelectual tan simple como el mecanismo de un sonajero. De esos tenemos unos cuantos. Aunque, en realidad, saben lo que hacen: conocen el poder de la comunicación, aunque no desistan hasta dinamitarla. Saben que el lenguaje delimita nuestra forma de pensar y moldea el mundo que nos rodea. Y que, cambiándolo, también nos conseguirán cambiar a todos.

Estamos asistiendo en directo a la imposición de hablar en inclusivo cuando ni ellos mismos son capaces: es común que uno empiece con la perorata de todos, todas y todes para luego pasar a todos y todas. Eso cuando no se despellejan entre las distintas escuelas de lenguaje inclusivo: los del todes frente a frente contra los del todxs, en una batalla encarnizada ambos inclusive —nunca mejor dicho— con la idiocia por bandera. El conflicto está servido, póngase cómodo en su trinchera o prepare el cuenco de palomitas.

Parece evidente que se trata de una neolengua marcada por un contenido ideológico muy concreto que va contra la economía del lenguaje y el ritmo de las palabras. ¿Alguien se imagina El Quijote o un poema de García Lorca en inclusivo? Muchos son los adeptos pero el paradigma está en Irene Montero. Esta revolucionaria de chalé y servicio, que hace de su muro de Instagram su particular Komintern ofrece un discurso tan pueril y vacío de contenido que encona los vellos de aquellos que aún disponemos de ese arma tan subversiva llamada sentido común. Porque su activismo de iPhone y tablet sólo revela lo que es: una iletrada que hace de la demagogia su negocio político. Y ahí la tenemos en la tribuna, con sus poses fingidas de intelectual de mercadillo, creyéndose la mismísima Clara Campoamor. Mujer a la que, ni por clase política, convicción ni cultura, llegará a la suela del zapato.

Sí, estoy en contra del lenguaje inclusivo tal y como se plantea —como si el castellano no fuese ya inclusivo—. Nos lo venden como el estandarte de los derechos humanos para ocultar el mecanismo de represión intelectual perverso que se esconde tras él: una forma de extorsión tácita donde, si no hablas de la forma en que te dicen que tienes que ser inclusivo, eres excluyente y, por tanto, malo. Porque ellos siempre serán los buenos. Debe ser entonces que el grueso de la sociedad está formada por personas machistas y tránsfobas —y fachas, dicho sea de paso— porque nunca he oído a nadie en la cola del banco o en la barra del bar decir todes o niñes.

Obviamente, cada uno es libre de hablar en el modo que considere oportuno, pero de ahí a imponer su forma de expresarse a los demás, va un trecho. Y si buscan censurar que los demás nos miremos con cierta cara de circunstancia cuando oigamos al susodicho espetar un querides alumnes, se han equivocado de país. Sería como si hubiera que cambiar los manuales de Medicina y Anatomía porque, al haber personas con polidactilia, fuese ofensivo establecer que los seres humanos tenemos cinco dedos en cada mano.

El último al que la polémica le ha salpicado ha sido a Iker Jiménez por no subirse al tren del postureo y negarse a empezar su monólogo inicial con un bienvenidos, bienvenidas y bienvenides a todos, todas y todes. Y bien que hizo porque, de hacerlo, igual se ofenden los todis y los todus. Menudo disgusto. Algunos dirán que esto es una chorrada que no les afecta y razón no les falta, pero todos los sistemas totalitarios de cancelación y acallamiento son poliédricos en tanto que afectan a más áreas del pensamiento y esferas de la vida privada. Cuando se nieguen a aceptar otros dogmas que les toque más de cerca, entonces sí les afectará.

Nadie en su sano juicio que diga todos está excluyendo a las mujeres, al igual que palomas no excluye a los palomos. Todas en genérico es incorrecto, porque en castellano el género marcado es el femenino y sólo sería correcto en caso de que todas las componentes del grupo fuesen mujeres. Lo dice la RAE: El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones. Simple. 

Pero es que el lenguaje es machista, dijo el primero de la clase. Las palabras son conceptos, machistas son los individuos y el uso que les den. ¿Entonces por qué cojonudo significa excelente y coñazo quiere decir insoportable? Supongo que por el mismo motivo que zángano tiene una connotación negativa en masculino —flojo, vago— y abeja significa persona trabajadora. O que algo de puta madre sea positivo y que mande huevos no lo sea tanto. Hay palabras de género femenino con connotaciones muy positivas como libertad, igualdad y tolerancia. Esa misma tolerancia que les falta a los nuevos guardianes de la moral para imponernos su verdad hegemónica a base de plumazo, BOE y rebeldía pija. Lo de ser imbéciles por encima de nuestras posibilidades se ha quedado corto. Va a ser verdad aquello de que los políticos son el reflejo de la sociedad.